jueves, 18 de octubre de 2012

sÍLAbA


DIVISIÓN DE SÍLABAS
NOMBRE _______________________________________GRUPO _______
adhesión

(               )
lágrima

(               )
ábaco

(               )
lógico

(               )
afán

(               )
mágico

(               )
águila

(               )
maíz

(               )
álbum

(               )
manzana

(               )
almíbar

(               )
mármol

(               )
amor

(               )
mecánico

(               )
ángel

(               )
menú

(               )
árbol

(               )
nutritivo

(               )
arroz

(               )
océano

(               )
artículo

(               )
oráculo

(               )
auténtico

(               )
orden

(               )
baúl

(               )
origen

(               )
bíceps

(               )
país

(               )
café

(               )
parásito

(               )
cáncer

(               )
pared

(               )
capataz

(               )
perdón

(               )
carácter

(               )
pícaro

(               )
católico

(               )
plata

(               )
celebridad

(               )
razón

(               )
célula

(               )
región

(               )
césped

(               )
rubí

(               )
cómico

(               )
sábana

(               )
cómics

(               )
según

(               )
cráter

(               )
semáforo

(               )
envilecer

(               )
serenidad

(               )
examen

(               )
sesión

(               )
fénix

(               )
sílaba

(               )
Física

(               )
sutil

(               )
género

(               )
también

(               )
gráfico

(               )
tarde

(               )
hábil

(               )
tráfico

(               )
héroe

(               )
trébol

(               )
huésped

(               )
túnel

(               )
individual

(               )
unidad

(               )
Íntima

(               )
volumen

(               )


spa� DESCRIPCIONES Y SEMBLANZAS
Miguel Hernández
En el rostro de Miguel brillaban claros los ojos  y claros, clarísimos, los dientes, rompían entre el ocre de su tez, barro cocido, amasado y abrasado, y capaz de contener, y rebosar, el agua más fresca. Porque esta era la verdad. Los pómulos abultados, el pellizco de la nariz, la anchura de su cara, afinada en su base, asociaban este rostro a la imagen de una vasija de barro popular, gastada y suavizada por el tiento de su uso, pero enteriza siempre. ¡Ni una grieta, salvo la que por boca y ojos hacía el frescor de su linfa!
Éste era Miguel. El dril de su chaquetilla, el cáñamo de su alpargata, la hilaza de su usada camisa eran en él siempre, y todavía, como la materia prima. Se diría que acababa de arrancarla en el campo, como quien pasa y desgaja y asume una vara de fresno.
Vicente Aleixandre. Los encuentros.   
Federico García Lorca
A Federico se le ha comparado con un niño, se le puede comparar con un ángel, con el agua ("mi corazón es un poco de agua pura", decía él en una carta), con una roca; en sus más tremendos momentos era impetuoso, clamoroso, mágico como una selva. Cada cual le ha visto de una manera. Los que le amamos y convivimos con él le vimos siempre el mismo, único y sin embargo, cambiante, variable como la misma naturaleza. Por la mañana se reía tan alegre, tan clara, tan multiplicadamente como el agua del campo, de la que parecía que venía siempre de lavarse la cara. Durante el día, evocaba campos frescos, laderas verdes, llanuras, rumor de olivos grises sobre la tierra ocre; en una sucesión de paisajes españoles que dependía de la hora, de su estado de ánimo, de la luz que despidieran sus ojos; quizá también de la persona que tenía enfrente. Yo lo he visto en las noches más altas, de pronto, asomado a unas barandas misteriosas, cuando la luna correspondía con él y le plateaba su rostro; y he sentido que sus brazos se apoyaban en el aire, pero que sus pies se hundían en el tiempo, en los siglos, en la raíz remotísima de la tierra hispánica, hasta no sé dónde, en busca de esa sabiduría profunda que llameaba en sus ojos, que quemaba en sus labios, que encandecía su ceño de inspirado. No, no era un niño entonces. ¡Qué viejo, qué viejo, qué "antiguo", qué fabuloso y mítico! Que no parezca irreverencia: sólo algún viejo "cantaor" de flamenco, sólo alguna vieja "bailaora", hechos ya estatuas de piedra, podrían serle comparados. Sólo una remota montaña andaluza sin edad, entrevista en un fondo nocturno, podría entonces hermanársele.
Vicente Aleixandre. Los encuentros

Para un gallardo joven. (A Rafael Alberti)
El gallardo joven que conocí en 1934 vestido de violenta camisa azul y de corbata como una amapola cumple ahora 70 años sin que le haya sido posible envejecer, aunque ha hecho todo lo posible para llegar a viejo: no se negó a ningún combate, a ninguna disciplina, a ningún trabajo, a ninguna alegría, a ningún exceso.
Ha sido generoso con su poesía y con su vida. No lo derrotó la derrota ni el destierro, ni le crecieron arrugas en el corazón cuando cargó, como un bardo antiguo, con todo el peso de un pueblo, de su pueblo, en el éxodo.
Tuvo un sentimiento magnánimo hacia los injustos y hacia los envidiosos y se mantuvo como una abeja en el áureo y terrestre vaivén de su poesía.
Cuando se escriba la verdadera historia de España, saldrá a relucir su perfil de medalla. Y se verá que ese rostro dorado liberó la poesía hispánica: como un manantial de luz, le agregó la dimensión clásica y popular de su alegría.
Pablo Neruda. Para nacer he nacido. Círculo de lectores.
AUTORRETRATOS
 Autorretrato de Antonio Machado:
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero:
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
-          ya conocéis mi torpe aliño indumentario -,
mas recibí la flecha que me asigno Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
Pero mi verso brota de manantial severo;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro los las voces de los ecos,
y escucho solamente,  entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
-          quien habla sólo espera hablar a Dios un día -;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
A. Machado.  
Autorretrato de Miguel de Cervantes:

Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada, las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y esos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies; este digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha. 
Miguel de Cervantes. Prologo a las Novelas Ejemplares.

Como tú (Autorretrato de León Felipe)

Así es mi vida,
piedra,
como tú; como tú,
piedra pequeña;
como tú
piedra ligera;
como tú
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú
guijarro humilde de las
carreteras;
como tú,
que en días de tormenta
te hundes
en el cieno de la tierra
y luego
centelleas bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú, que no has servido
para ser ni piedra
de una Lonja,
ni piedra de una Audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia;
como tú,
piedra aventurera;
como tú,
que, tal vez, estás hecha
sólo para una honda,
piedra pequeña
y
ligera...
León Felipe

Homenaje a mi propia alma
Mi alma es la ventana donde muero.
Mi alma es una danza maniatada.

Mi alma es un paisaje con murallas.
Mi alma es un jardín ensangrentado.

Mi alma es un desierto entre la niebla.
Mi alma es una orquesta de topacios.

Mi alma es una rueda sin reposo.
Mi alma son mis labios que se abren.

Mi alma es una torre en una playa.
Mi alma es un rebaño de suplicios.
Mi alma es una nube que se aleja.
Mi alma es mi dolor, mío, por siempre.

Mi alma es el naranjo azul que arde.
Mi alma es la paloma enajenada.

Mi alma es una barca que regresa.
Mi alma es un collar de vidrio y llanto.

Mi alma es esta sed que me devora.
Mi alma es una raza desolada.

Mi alma es este oro en que florezco.
Mi alma es el paisaje que me mira.

Mi alma es este pájaro que tiembla.
Mi alma es un océano de sangre.

Mi alma es una virgen que me abraza.
Mi alma son sus pechos como astros.

Mi alma es un paisaje con columnas.
Mi alma es un incendio donde nieva.

Mi alma es este mundo en que resido.
Mi alma es un gran grito ante el abismo.

Mi alma es este canto arrodillado.
Mi alma es un nocturno y hay un río.

Mi alma es un almendro de oro blanco.
Mi alma es una fuente enamorada.

Mi alma es cada instante cuando muere.
Mi alma es la ciudad de las ciudades.

Mi alma es un rumor de acacias rosas.
Mi alma es un molino transparente.

Mi alma es este éxtasis que canta
golpeando por armas infinitas.
Juan Eduardo Cirlot.



ANIMALES



öDe pronto se hizo el silencio en la sala y todos los ojos se dirigieron hacia la gran puerta batiente que se estaba abriendo. Entró Cairón, el famoso y legendario maestro del arte médico.
Era lo que, en épocas más antiguas, se llamaba un centauro. Tenía figura humana hasta las caderas y el resto de su cuerpo era de caballo. Sin embargo, Cairón era uno de los llamados centauros negros. Había venido de una región muy remota, situada lejos, muy lejos, al sur. Por eso su parte humana tenía el color del ébano y sólo su pelo y su barba eran blancos y rizados; su cuerpo de caballo, en cambio, era listado como el de una cebra. Llevaba un extraño sombrero de juncos trenzados. En torno a su cuello colgaba de una cadena un gran amuleto de oro, en el que podían verse dos serpientes, una clara y otra oscura, que se mordían mutuamente la cola formando un óvalo.
Michael Ende. La historia interminable.

öEl gatito, que todavía no tenía nombre y era negro como el de las brujas de los cuentos, la miró con unos ojos grandes amarillos, que brillaban en su carita de diablo. Era feo, feísimo, muy flaco, pero a ella le gustó. Pensó: "Parece un gremlin".
Pilar Pedraza. El gato encantado.
öPlatero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. (...)
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas, mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra.
Juan Ramón Jiménez. Platero y yo

öLlegó el día y salí en un caballo ético y mustio, el cual, más de manco que de bien criado, iba haciendo reverencias. Las ancas eran de mona, muy sin cola; el pescuezo, de camello y más largo; tuerto de un ojo y ciego del otro; en cuanto a edad, no le faltaba para cerrar sino los ojos, al fin, él más parecía caballete de tejado que caballo, pues, a tener una guadaña, pareciera la muerte de los rocines. Demostraba abstinencia en su aspecto y echávansele  de ver las penitencias y ayunos: sin duda ninguna, no había llegado a su noticia la cebada ni la paja. Lo que más le hacía digno de risa eran las muchas calvas que tenía en el pellejo, pues, a tener una cerradura, pareciera un cofre vivo.
Francisco de Quevedo. La vida del Buscón llamado don Pablos.

öEl Dragón posee la capacidad de asumir muchas formas, pero éstas son inescrutables. En general lo imaginan con cabeza de caballo, cola de serpiente, grandes alas laterales y cuatro garras, cada una provista de cuatro uñas. Se habla así mismo de sus nueve semblanzas: sus cuernos se asemejan a los de un ciervo, su cabeza a la de un camello, sus ojos a los de un demonio, su cuello al de la serpiente, su vientre al de un molusco, sus escamas a las de un pez, sus garras a las del águila, las plantas de sus pies a las del tigre, y sus orejas a las del buey. (...) Tienen una legua de largo; al cambiar de postura hacen chocar a las montañas. Están revestidos de una armadura de escamas amarillas. Bajo el hocico tienen una barba; las piernas y la cola son velludas, la frente se proyecta sobre los ojos llameantes, las orejas son pequeñas y gruesas, la boca siempre abierta, la lengua larga y los dientes afilados. El aliento hierve a los peces, las exhalaciones del cuerpo los asan. Cuando suben a la superficie de los océanos producen remolinos y tifones; cuando vuelan por los aires causan tormentas que destechan las casas y las ciudades y que inundan los campos. Son inmortales y pueden comunicarse entre sí a pesar de las distancias que los separan y sin necesidad ce palabras.       
Borges. El libro de los seres imaginarios.

öBásicamente, las minovacas eran unos caracoles gigantes de color verde oscuro, con preciosas conchas doradas y verdes sobre el lomo; pero en lugar de cuernos de caracol, tenían la cabecita gorda de una ternera recién nacida, con dos cuernecitos de color ámbar y una cascada de pelos rizados cayendo entre ellos. También tenían los ojos grandes y acuosos, y se movían despacio sobre la hierba morada, pastando exactamente igual que las vacas, pero arrastrándose como los caracoles. De vez en cuando, una de ellas levantaba la cabeza y emitía un largo y lamentoso mugido.                        
Gerald Durrell. El paquete parlante.

öLos dos caballos de tiro, Boxer y Clover, entraron juntos, caminando despacio y posando con gran cuidado sus enormes cascos peludos, por temor de que algún animalito pudiera hallarse oculto en la paja. Clover era una yegua robusta, entrada en años y de aspecto maternal que no había podido recuperar la silueta después de su cuarto potrillo. Boxer era una bestia enorme, de casi quince palmos de altura y tan fuerte como dos caballos normales juntos.
Una franja blanca a lo largo de su hocico le daba un aspecto estúpido, y, ciertamente, no era muy inteligente, pero sí respetado por todos dada su entereza de carácter y su tremenda fuerza para el trabajo. Después de los caballos llegaron Muriel, la cabra blanca, y benjamín, el burro. Benjamín era el animal más viejo y de peor genio de la granja. Raramente hablaba, y cuando lo hacía, generalmente era para hacer alguna observación cínica.; Diría, por ejemplo, que <<Dios le había dado una cola para espantar las moscas, pero que él hubiera preferido no tener ni cola ni moscas>> Era el único de los animales de la granja que jamás reía. Si se le preguntaba por qué contestaba que no tenía motivos para hacerlo.
George Orwell. Rebelión en la granja.

öEran, a mi entender, dos sapos vulgares, pero los mayores de cuantos yo había visto. Cada uno tenía un diámetro mayor que el de un plato mediano. Eran de color verde grisáceo, muy granujientos, cubiertos por unos lados y otros de curiosas manchas blancas donde la piel aparecía brillante y sin pigmento. Allí estaban sentados cual dos Budas obesos y leprosos mirándome y tragando con ese aire tan culpable de los sapos. Cogí uno en cada mano: era como sostener dos globos fláccidos de cuero. Ellos me guiñaron los bellos ojos dorados y se instalaron más a gusto entre mis dedos mirándome con confianza, mientras las anchas bocas de labios gruesos parecían esbozar sonrisas un tanto azoradas.
Gerald Durrell. Mi familia y otros animales.

öLas moscas son casi tan molestas como las ratas. Los días cálidos acuden en enjambre al establo, y cuando alguien vacía un cubo acuden a montones al retrete. Cuando mamá cocina algo acuden a montones a la cocina, y papá dice que es asqueroso pensar que la mosca que está posada en el azucarero estaba posada hace un momento en la taza del retrete, o en lo que queda de ella. Si tienes una llaga, la encuentran y te atormentan. De día tienes encima a las moscas, de noche tienes encima a las pulgas. Mamá dice que las pulgas tienen una virtud, que son limpias, pero dice que las moscas son asquerosas, nunca se saben de dónde vienen y portan enfermedades de todas clases.
Frank McCourt. Las cenizas de Ángela.



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